Radio teatro
(Cuento, 2ªparte)
Al tercer día,ya los oyentes se habían dado cuenta que nuestro fuerte no era precisamente lacreatividad.
Se percataron quecaíamos muy seguido en lugares comunes, que abundaban las frases hechas, losgolpes bajos.
Un corcho teníamas chispa que nosotros. Un crítico del pueblo escribió en el diario. “La obrase debate entre la incongruencia y la intrascendencia”.
Entoncesdecidimos apelar a un viejo truco que utilizan algunos animadores en lospueblos del interior: Especular con larivalidad vecinal.
Cuandoterminó el capítulo de ese día, mi amigo me comentó:
—Mirá Negro, en la obra Rosendo está solo, ¿sí?
—Sí, pero nosé dónde querés llegar. Le contesté.
— Los villanos son tres, vos no crees que losoyentes van a pensar que en San Antonio los malos son mayoría., ¿si le hacemosalgunos cambios?
Mientras mepasaba la mano derecha por la barbilla y apoyaba mi mano zurda sobre mi piernaizquierda, lo miré un instante y le contesté: — Tenés razón Turco.
Durantetoda la tarde estuve pensando y escribiendo, escribiendo y pensando(no podíahacer las dos cosas al mismo tiempo).
Cuandollegó la noche seguía pensando, no pude seguir escribiendo porque mi abuela mehabía quitado la vela.
Al díasiguiente, cuando llegó la hora El Turco comenzó diciendo:
— Ahí está, Rosendo Pereira Achaval ¡Un hombre llenode coraje! ¡Un gaucho indómito! ¡Un ser que no conoce el miedo! Jugándose elcuero frente a esos tres miserablesesquinenses que quieren acabar con su vida.
Ningúnpueblo quiere ser menos que sus vecinos y nosotros menos que los esquinenses¡Jamás!
Una señora,con un chico en brazos, asomó la cabeza por la ventana del estudio y nos gritó¡Hay que hacerlos mierda a esos esquinenses!
Aquellafrase levantó la audiencia, pero caímos en una trampa. Nos volvimos muychauvinistas, muy localistas Todos losmalos venían siempre de afuera. Los estafadores eran, supuestamente, deMburucuyá, los asaltantes, a quién debía enfrentar nuestro héroe, eran goyanos.Las peores mujeres provenían de Curuzú Cuatía. Porque, según nuestra particularvisión, todas las mujeres de nuestro pueblo, eran castas y puras y.. aburridas,por supuesto
Pasaban losdías y aquella pelea empezó a cansar alos oyentes. Nosotros no encontrábamos la vuelta para darle un final mas omenos digno a ese combate.
Uno de losesquinenses se tropezó inexplicablemente y se cayó sobre su propio cuchillo y se mató, pero quedaban dos. Otra vez,el Turco que me sugiere algo que podía destrabar la obra.
—Qué te parece si lo hacemos participar al Pollo.
Me senté, apoyé mis antebrazos sobre mis piernas,crucé los dedos y me quedé observándolo.
—Creo que una vez más tenés razón. Le contesté.
Toda la tardepensé y pensé. Eran las dos de la mañana y yo seguía pensando.
Al otro díael Turco, después de leer el guión, comenzó diciendo:
—Podemos ver que, de la frente de Rosendo PereiraAchaval, cae un hilo de sangre, que se le nubla la vista, producto de untremendo planzo planazo que recibió esta madrugada.
Está inmóvil, porque tiene una herida en elmuslo izquierdo, a causa de un puntazo que le infligió uno de los malditosesquinences. Además, hace una hora, un violento sopapo le dejó el labioinferior a la miseria. Ya no le quedan fuerzas, para seguir luchando.
Pero unmudo testigo observa la escena. Ese testigo no es otro que, “El Pollo”, el fielalazán (que, dicho sea de paso, nuestros vecinos comentaban con ironía que enSan Antonio existía el único “pollo” con herraduras del país) que ve cómo suamo está a punto de perder la vida y fue como si pensara.
—Es mi amo el que está en peligro; el mismo que adiario me acerca el verde sustento.
Fue como sisu instinto animal le dijera ¡Pollo tenés que defenderlo cueste lo que cueste!
!Dicho yhecho!: el caballo, noble equino, se mete en la pelea y, dando coces y patadas,el Pollo pone en fuga a esos dos gallinas que ahora huyen despavoridos.
De esa forma el Pollo salva la vida de su amo Rosendo que, agradecido, lo observa desde el piso.
Esa fue laúnica salida que mi limitada imaginación me sugirió para dar fin a aqueldesigual duelo.
Continua...